TORTA PERONISTA: APUESTAN A QUE SI SUMAN DIRIGENTES QUE LUEGO SE VAN A PELEAR PUEDEN SUMAR VOTOS QUE LUEGO DEJAN DE REPRESENTAR

"Sumar fuerzas”, Massa y Kicillof dan señales de unidad

GENERALESREAL POLITIK

enviados exclusivos a Israel

7/27/20257 min read

TORTA PERONISTA: APUESTAN A QUE SI SUMAN DIRIGENTES QUE LUEGO SE VAN A PELEAR PUEDEN SUMAR VOTOS QUE LUEGO DEJAN DE REPRESENTAR

"Sumar fuerzas”, Massa y Kicillof dan señales de unidad

La liturgia peronista, ese aquelarre de abrazos sudados, promesas que duran menos que el WiFi del INDEC y tortas que se reparten con la lógica de “el que parte y reparte, se queda con la mejor tajada”, volvió a mostrar su mejor cara, esa que, para ser honestos, es un auténtico meme ambulante de la política argentina. Este domingo, en un acto que destiló más suspenso que la final de MasterChef, Sergio Massa y Axel Kicillof decidieron, una vez más, simular que la unidad es posible entre dos universos paralelos… pero sólo hasta que haya que elegir candidato, y entonces sí, a cortarse la torta con cuchillo de postre y a ver quién se queda con la cereza podrida.

El peronismo es ese club de ex novios tóxicos que te llaman a las 3 de la mañana llorando y jurando que “cambiaron”. Y ahí están Massa, el ex ministro que fue, es y será todo (menos presidente), y Kicillof, el rockstar intelectual que intenta explicar la economía argentina con la seriedad con la que Homero Simpson habla de la dieta keto. Ambos, en un ritual de autoayuda colectiva, se juraron amor frente a las cámaras… sabiendo que si el otro gana peso, lo empujan del barco.

En el acto, todo fue “Sumar Fuerzas”. Un eslogan tan devaluado que sólo compite con el “Sí, se puede” en el podio de las frases que no cambiaron la vida de nadie, salvo la de los diseñadores gráficos que hacen banners para Twitter. “Sumar fuerzas”, repitieron, mientras la militancia revisaba el grupo de WhatsApp para ver si había algún piquete cerca o si, en realidad, era todo un after de funcionarios tristes.

La mística peronista hoy se parece a una torta comprada en la estación de servicio a la vuelta de tu casa: la ves, te ilusionás, pero sabés que va a caer pesada y probablemente esté vencida. Así, la foto Massa-Kicillof: mucha cobertura, poco contenido y una fecha de vencimiento que dice “dura hasta el próximo congreso partidario o hasta que Alberto tuitee algo raro”.

La consigna era “diferenciarnos de Milei”. Y claro, ¿quién no querría diferenciarse de un presidente que juega a ser el Joker de la City pero termina haciendo TikToks para explicar por qué la inflación no es su culpa, sino de un gnomo keynesiano? El problema es que el peronismo también tiene su propio ejército de muñecos diabólicos, y la unidad se construye, sobre todo, con el pegamento de la desconfianza y la cinta de embalar de la traición.

La estrategia, en criollo, es “si sumamos dirigentes que luego se van a pelear, quizá sumemos votos que luego también se nos vayan”. Algo así como comprar acciones en una empresa que ya anunció que va a quebrar, pero igual le apostás porque sos hincha del equipo, o porque en la próxima licitación te toca la parte del catering.

El “acto de unidad” tuvo todos los condimentos. Dirigentes que se miraban con la desconfianza de los gatos callejeros, militantes tratando de recordar si hoy les tocaba aplaudir o hacer silencio por si hay internas. Todo, mientras los medios jugaban a adivinar si Massa se está por ir del país, Kicillof por fundar un sindicato de ex gobernadores, o si el peronismo va a inventar una nueva interna: la “interna espejo”, en la que se pelean consigo mismos frente al espejo y se ganan el derecho a perder juntos.

¿La foto? Esa típica imagen de peronismo gourmet, donde todos sonríen como si supieran algo que el pueblo ignora. Spoiler: no saben nada. O peor, saben demasiado y no pueden decirlo porque la realidad es tan brutal que ni en una asamblea del Polo Obrero la aceptarían.
Las bases preguntan: “¿Unidad para qué?” Y los jefes contestan: “¡Para diferenciarnos de Milei!” Como si la alternativa fuera tan compleja. Milei está tan lejos del peronismo como Alberto de ganar un concurso de stand up. Pero la consigna de “unidad” resuena porque, en definitiva, el peronismo sólo se une de verdad cuando siente que pierde el postre.

¿Unidad o club de autoayuda de ex funcionarios? Porque si uno repasa la lista de presentes, aparecen más “sobrevivientes de gabinete” que en un reality de cocina: todos los que pasaron, todos los que volverán, todos los que juran que no, pero van a ir a la Rosada si hay café gratis.

Pero el tema de fondo, el que nadie quiere decir (porque, se sabe, en el peronismo hay cosas que sólo se discuten en la sobremesa, con la torta ya comida y el café frío) es: ¿qué es “sumar fuerzas” en un país donde los partidos son estructuras de humo, las convicciones duran menos que la nafta súper y los acuerdos se negocian según la cotización del blue?

“Sumar fuerzas” es, para el peronismo, juntar a todos los que puedan resistir la foto sin putearse en público. El resto es marketing de la desesperación. Porque, si somos sinceros, en el fondo todos saben que el verdadero enemigo no es Milei ni la inflación ni los trolls libertarios: el verdadero enemigo es la memoria colectiva, esa hija de puta que te recuerda que ya nos vendiste la unidad antes y después terminaste rajando al que pensaba distinto.

La tentación de la unidad peronista se parece a esa relación que sabés que está rota, pero igual volvés porque no hay otra cosa mejor en la app. Así, Massa y Kicillof reparten guiños y promesas como quien reparte escarapelas el 25 de mayo: para la foto, para la tribuna y, sobre todo, para que el otro no piense que sos tan boludo como realmente sos.

Mientras tanto, la sociedad observa, entre el asombro y el hartazgo, el despliegue de un acto que tiene más de cábala que de proyecto. Porque cuando no hay plan, se vuelve al ritual. Y el peronismo es especialista en eso: en simular que todo está bien, mientras se revisan los cuchillos en la espalda y se reparte la torta como si no hubiera pasado nada.
El mensaje es “Sumar fuerzas”, pero el subtítulo real sería: “A ver quién se queda con el último pedazo antes de que Milei prenda fuego el horno.”

No faltaron los discursos épicos. Massa habló de “responsabilidad histórica”, Kicillof mencionó la “necesidad de construir futuro”, y algún intendente con nombre de farmacéutico recordó que “el pueblo es peronista hasta que deja de serlo”. Entre mate y mate, los barones del conurbano se guiñan el ojo y calculan en qué lista van a colarse, mientras la militancia corea eslóganes reciclados que ni el CM de Dady Brieva usaría en TikTok.

La unidad peronista, a esta altura, es como el horóscopo de la revista Gente: todos leen el mensaje, algunos lo creen y la mayoría se ríe, pero igual nadie lo tira porque, vaya uno a saber, por ahí se cumple y te salva del olvido.
A la pregunta “¿para qué sirve sumar fuerzas?” la respuesta parece ser “para que no se note tanto que estamos rotos”. Pero el truco, como siempre, dura lo que dura la foto. Después, a pelearse por el control remoto, la lapicera y los pocos cargos que Milei todavía no privatizó.

Mientras tanto, la realidad golpea la puerta del bunker: Milei hace lo que quiere, el dólar vuela como paloma asustada, la inflación es una comedia de enredos escrita por Dady Brieva y dirigida por Capusotto, y la gente espera que alguien (alguien, por favor) tenga un plan que no sea sólo la rosca de siempre.
Pero los protagonistas del “Sumar fuerzas” siguen. Como si de verdad la torta se fuera a repartir de manera justa. Como si esta vez no fuera a quedar uno sin postre.

La foto de la unidad es la selfie de una familia que ya no se banca pero igual se junta para Navidad porque, en el fondo, nadie quiere pasar las fiestas solo. Y cuando Massa y Kicillof terminan el acto, cuando se apagan las cámaras y se baja la bandera, cada uno vuelve a su juego: uno a soñar con ser el candidato que una, el otro con ser el candidato que sobreviva, y el resto a mirar desde la ventana del peronismo esperando que, por una vez, no les toquen los platos sucios.

Al final, la unidad peronista es como ese chiste viejo del zorro y el escorpión: todos saben cómo termina, pero igual se suben al bote porque prefieren hundirse juntos antes que perder la rosca.
Y así seguimos: la torta se parte, los votos se suman, los dirigentes se pelean y la gente, esa sí, se cansa de la película pero igual la mira porque no hay nada mejor en la tele.

Quizás, algún día, el peronismo logre esa alquimia imposible: sumar fuerzas que no se resten, sumar votos que no huyan y repartir torta sin que siempre falte una porción.
Pero mientras tanto, la unidad es la mejor comedia negra de la política argentina, una tragicomedia en cuotas que, como todo lo que importa, termina en un meme y en la certeza de que la próxima interna ya empezó antes de que terminen de levantar las sillas.

“Sumar fuerzas”, rezan. Pero todos sabemos que en el peronismo, cuando el horno no está para bollos, la torta termina en el piso y los invitados discuten quién la barre.
Y entre tanto, Milei sigue de gira, la economía hace terapia intensiva y el pueblo mira el acto de unidad como quien ve a sus padres reconciliarse por sexta vez: ya nadie se lo cree, pero igual aplauden por si acaso.

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