Política, poder y estrategia en tiempos de crisis perpetua, EL ARTE DE SOBREVIVIR EN LA SELVA ARGENTINA: UNA LECTURA MAQUIAVELIANA DE NUESTRO PRESENTE

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5/26/20255 min read

Política, poder y estrategia en tiempos de crisis perpetua.

EL ARTE DE SOBREVIVIR EN LA SELVA ARGENTINA: UNA LECTURA MAQUIAVELIANA DE NUESTRO PRESENTE

Introducción

Hay momentos en que Argentina parece escrita por Maquiavelo, pero sin Príncipe. El Estado se vuelve un campo de ruinas activas, el poder se gestiona como un show, y la astucia importa más que la ética. El Príncipe, esa obra cínica y lúcida escrita por Niccolò Maquiavelo en 1513, sigue tan vigente como incómoda. No por sus consejos a déspotas, sino por lo que dice sobre la estructura real del poder: cómo se construye, se pierde, se conserva y se simula.

Este texto propone un análisis comparativo entre las ideas centrales de El Príncipe y la situación argentina actual. Desde la figura del gobernante hasta el rol de la fortuna, pasando por la relación con el pueblo, la idea de virtud y la necesidad de fingir, vamos a poner en tensión esa lectura con los aportes de Bourdieu, Foucault, Gramsci y Mazzucato, en diálogo con datos concretos extraídos del archivo Z. El objetivo no es homenajear a Maquiavelo, sino usarlo como espejo incómodo de lo que somos y de lo que podríamos ser si alguien, en serio, se hiciera cargo del poder.

1. Virtud sin fortuna: gobernar en la intemperie

Para Maquiavelo, el Príncipe necesita virtù, entendida no como virtud moral, sino como capacidad de acción estratégica: audacia, cálculo, timing. Y también necesita fortuna, ese azar que puede alzar o destruir un liderazgo. En Argentina, donde la estabilidad institucional es un lujo efímero, la virtud es confundida con oportunismo, y la fortuna se delega al mercado o al dólar.

El archivo Z muestra que el 70% de los argentinos cree que la política no tiene plan. Y eso es clave: el Príncipe sin plan, decía Maquiavelo, es un peón de su contexto. Pero tener plan tampoco garantiza el éxito. Lo que distingue a un líder, en su visión, es saber cuándo ser zorro y cuándo ser león. En este país, los que intentaron ser leones fueron devorados por la inflación, y los que actuaron como zorros terminaron cazados por la opinión pública.

Foucault ayuda a entender esto desde otro ángulo: el poder moderno no es solo represión, sino producción de subjetividad. El Príncipe no solo manda, forma percepción. Por eso, gobernar es también construir narrativas eficaces. Pero el problema argentino no es solo el relato, es la desconexión con la práctica. No hay hegemonía sin eficacia. Y como diría Gramsci, en tiempos de crisis orgánica, los viejos liderazgos ya no convencen y los nuevos aún no nacen. De ahí el malestar.

2. El pueblo, la apariencia y la estabilidad del trono.

Una de las tesis más brutales de El Príncipe es que el gobernante debe preocuparse más por parecer bueno que por serlo. No se trata de ética, sino de eficacia simbólica. El pueblo no conoce la verdad del poder, sino su representación. Hoy, en la Argentina de las redes, eso se ha exacerbado al punto de convertirse en parodia. El político no gobierna: actúa que gobierna.

Maquiavelo sabía que un príncipe debe saber fingir, pero también cuándo dejar de fingir. Si todo es pose, se cae. Por eso advierte: “El príncipe que siempre se apoya solo en la fortuna caerá cuando ella cambie”. En Argentina, esa fortuna cambia todos los días.

Bourdieu aportaría que ese juego simbólico se sostiene con capital: económico, cultural, social y simbólico. En nuestro caso, el capital simbólico está en bancarrota. La palabra presidencial vale menos que un posteo de un influencer.

Mientras tanto, el pueblo ya no espera virtud, espera resolución. Y como muestran los datos del archivo Z, la mayoría de los ciudadanos cree que nadie los representa. En ese vacío, se filtran outsiders, provocadores, figuras que parecen más de TikTok que de un partido. Y ahí Maquiavelo tendría algo para decir: el pueblo no busca democracia, busca protección. Si no la encuentra, se vuelve contra el poder.

3. Reformar o morir: ¿puede haber un nuevo príncipe?

Maquiavelo plantea que el príncipe más difícil de consolidar es el que llega al poder por caminos no heredados. Debe crear un orden nuevo. En Argentina, toda figura que irrumpe lo hace prometiendo refundación. Pero refundar implica reformar. Y reformar, como dice Mazzucato, implica intervenir inteligentemente en la economía y el conocimiento.

Hoy, el Estado argentino no reforma: reacciona. Y eso es una debilidad estructural. No hay dirección estratégica, hay administración de ruinas. Los planes de desarrollo son presentaciones de PowerPoint sin ejecución. El campo educativo se cae, el sistema sanitario resiste con respirador y la infraestructura social se sostiene por la inercia del voluntariado.Foucault ayuda a entender esto desde otro ángulo: el poder moderno no es solo represión, sino producción de subjetividad. El Príncipe no solo manda, forma percepción. Por eso, gobernar es también construir narrativas eficaces. Pero el problema argentino no es solo el relato, es la desconexión con la práctica. No hay hegemonía sin eficacia. Y como diría Gramsci, en tiempos de crisis orgánica, los viejos liderazgos ya no convencen y los nuevos aún no nacen. De ahí el malestar.

Maquiavelo advertía que un príncipe nuevo debe saber castigar rápido y beneficiar lento. En cambio, acá el castigo es permanente, y el beneficio, promesa eterna. Eso desgasta. Como indica el archivo Z, el 52% de los jóvenes menores de 25 años cree que Argentina será “peor en los próximos cinco años”. Eso no es pesimismo: es ausencia de proyecto.

Foucault lo diría así: el poder disciplinario se volvió burocrático e ineficiente. Ya no forma ciudadanos, solo fiscaliza pobres. Y Bourdieu agregaría que el habitus de la dirigencia ya no encaja con el sentido común popular. De ahí la grieta real: no entre ideologías, sino entre expectativas.

Cierre: El Príncipe que necesitamos (y que probablemente no va a llegar).

Maquiavelo no era un cínico, era un realista. No celebraba la traición, solo la describía. No proponía dictaduras, sino eficacia. Y en ese sentido, su mensaje para la Argentina actual sería doloroso: no hay salvación sin decisión política real. No alcanza con slogans, ni con indignación televisiva. Hace falta conducción, proyecto, carácter. Virtù.

¿Puede haber un nuevo Príncipe en este contexto? Sí, pero no será uno solo. Deberá ser colectivo, con base territorial, legitimidad simbólica y capacidad estratégica. Deberá leer la historia, actuar en el presente y proyectar un futuro posible. De lo contrario, seguiremos oscilando entre tecnócratas sin calle, salvadores sin plan y outsiders sin responsabilidad.

Y como advertía Maquiavelo: “Los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”. El malestar social no es solo emocional: es material. Si el poder no lo comprende, será reemplazado. No por algo mejor, sino por algo más feroz.