MILEI LLORÓ FRENTE AL MURO DE LOS LAMENTOS, SE HABRÍA ENTERADO QUE LA SALUD EN ISRAEL ES PÚBLICA
Cuando el presidente se encontraba frente al muro de los lamentos en pleno momento de espiritualidad, le habrían comentado que la salud en Israel es pública y bien paga, lo que provocó un llanto más sentido que el recuerdo de Conan.
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6/9/20252 min read


MILEI LLORÓ FRENTE AL MURO DE LOS LAMENTOS, SE HABRÍA ENTERADO QUE LA SALUD EN ISRAEL ES PÚBLICA
Cuando el presidente se encontraba frente al muro de los lamentos en pleno momento de espiritualidad, le habrían comentado que la salud en Israel es pública y bien paga, lo que provocó un llanto más sentido que el recuerdo de Conan.
EL PRESIDENTE DE LA LIBERTAD LLORANDO POR EL ESTADO AJENO
Javier Milei llegó a Jerusalén con la expectativa mesiánica de encontrar en el Muro de los Lamentos algo más que piedras: quizás una señal divina, una oferta de privatización celestial o simplemente, un wifi abierto del Mossad. En cambio, encontró una paradoja que lo atravesó como las redes sociales cruzan a un ministro después de un ajuste brutal: la salud pública funciona y encima es buena.
Lo cuentan allegados con voz baja y cara de pena neoliberal. Apenas tocó la piedra milenaria, un guía turístico le comentó que en Israel la cobertura médica es universal, eficiente y hasta admirada por organismos internacionales. A Milei se le piantó un lagrimón. No por emoción espiritual, sino por el shock ideológico: ¿cómo puede sobrevivir una nación con ejército, frontera, ciencia, y hospitales públicos sin depender del mercado?
La escena fue desgarradora. Hubo silencio. Un viento cálido acarició las banderas. Y en el corazón del presidente argentino se desató una catástrofe moral: estaba frente al símbolo máximo de la espiritualidad judía y, a la vez, ante la herejía más grande que un anarcocapitalista puede soportar: el Estado funcionando.
Milei, salud pública y otras amenazas del Talmud socialista
La contradicción lo sobrepasó. Por momentos creyó estar en una pesadilla keynesiana. Caminó, sudoroso, sin entender por qué nadie le ofrecía un plan prepago, una ART kosher o aunque sea una cuota simbólica de Copagos Sin Fronteras. En Israel, la salud es pública, la educación también, y el Estado no pide perdón por existir.
El problema no es Israel. El problema es el espejo. Porque mientras acá se destruye el CONICET, allá celebran la ciencia. Mientras aquí se ajustan jubilaciones, allá se integran adultos mayores con pensiones dignas. Mientras Milei se saca selfies con piedras, en Tel Aviv lanzan satélites con universidades públicas.
Y eso duele. No en el cuerpo. En la doctrina. Porque el presidente argentino no lloró por religión. Lloró porque el dogma se le resquebrajó como la economía local. Lloró como cuando descubrió que los israelíes no creen en la motosierra, sino en la sinapsis estatal.
En medio de la emoción, se filtró una frase: “me dijeron que los hospitales son gratis y encima andan bien”. Nadie pudo confirmar si era ironía, espanto o un llamado interno a Conan. Lo cierto es que lloró. Y no como en la campaña. Esta vez no había cámaras. Solo un muro. Y del otro lado, la realidad.
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