Foucault señala que toda relación de poder es también una relación de saber. En este sentido, la información estatal se vuelve clave: censos, registros, legajos. Pero en Argentina, buena parte de esa información está fragmentada, desactualizada o burocratizada. El Estado pierde capacidad de conocer y, por ende, de intervenir inteligentemente. La vigilancia se vuelve torpe, y la disciplina, ineficaz.
Hegemonía en ruinas: Gramsci y el ocaso de la dirección política
Donde Foucault ve disciplina, Gramsci ve hegemonía. Para el pensador italiano, el Estado no domina solo por coercion, sino por consenso organizado: a través de instituciones como la escuela, los medios o la iglesia, que logran que las clases subordinadas "acepten" su lugar como algo natural. En el caso argentino, esta hegemonía está en crisis desde hace décadas. La incapacidad de las élites para construir un horizonte común, el descrédito de la política y la fractura del sistema educativo son síntomas de un vaciamiento de sentido colectivo. La hegemonía tradicional del peronismo, con sus lazos orgánicos entre sindicatos, movimiento social y Estado, está debilitada. Pero tampoco ha sido reemplazada por una hegemonía neoliberal sólida: lo que predomina es una sensación de deriva. Gramsci hablaba de "crisis orgánica" cuando las clases dominantes ya no podían gobernar como antes y las clases subalternas no querían ser gobernadas de ese modo. En Argentina, esa fórmula se expresa hoy en una multiplicidad de formas de resistencia: desde la economía informal hasta el abstencionismo electoral, desde los movimientos territoriales hasta las "microhegemonías" digitales que disputan sentidos minuto a minuto.
La irrupción de figuras como Javier Milei, con su retórica antiestatal, libertaria y emocional, responde a esa crisis. Pero no la resuelve: la profundiza. La hegemonía no desaparece, se refracta en múltiples fragmentos conflictivos. No hay bloque dirigente: hay guerra de posiciones permanente.
La escuela, que alguna vez fue un aparato clave de hegemonía, hoy es un campo de disputa entre el deterioro material, la violencia estructural y las resistencias pedagógicas. Cada aula es hoy un territorio en disputa entre el caos y la invención. La violencia que atraviesa el sistema educativo no es solo física o verbal: es simbólica, estructural, institucional. Y sin embargo, también allí germinan nuevas formas de comunidad, de solidaridad y de esperanza.
Gramsci afirmaba que en momentos así emerge el "monstruo": la figura carismática que promete orden donde hay desorden, pero que no construye hegemonía, sino que la sustituye con espectáculo, amenaza y resentimiento. El problema no es el carisma en sí, sino su uso como reemplazo de lo político por lo emocional.