Entre campos en disputa, hegemonías fragmentadas y un Estado sin árbitro.

DESBRUTIZADOR

AI and prompt

6/1/20255 min read

Entre campos en disputa, hegemonías fragmentadas y un Estado sin árbitro

Introducción

Hay palabras que resisten. “Campo”, por ejemplo, no es solo el nombre de un territorio productivo, sino un concepto que Pierre Bourdieu convirtió en clave para pensar la sociedad. En la Argentina actual, la idea de campo social permite entender mucho más que las disputas electorales o la decadencia del Estado: nos da una lente para observar cómo se organiza (y se reproduce) el poder, quién lo legitima, y desde qué lugar se juega la partida. La teoría de los campos, combinada con aportes de Gramsci, Laclau, Foucault y Mazzucato, sirve para repensar el presente argentino con herramientas que no sean puramente opinativas o coyunturales. El objetivo de este texto es contrastar esa teoría con la situación real de un país donde el Estado parece haber perdido la capacidad de regular, de arbitrar, de proponer futuro. Y en donde las reglas, cuando existen, se discuten como si fueran opcionales.

1. Campo político y deslegitimación simbólica

Para Bourdieu, cada campo es un espacio de relaciones, con su propia lógica, capitales específicos y fronteras más o menos porosas. El campo político, en ese sentido, debería ser el lugar donde se disputa el poder legítimo del Estado. Sin embargo, en Argentina, ese campo está afectado por una deslegitimación simbólica estructural: los partidos tradicionales no consiguen construir sentido ni reproducir su capital simbólico. La irrupción de figuras como Javier Milei no representa una excepción, sino un síntoma de esa erosión.

El capital simbólico —según Bourdieu— es aquel que transforma la fuerza en autoridad. Cuando un político habla y es escuchado como legítimo, no es porque tenga razón, sino porque su posición ha sido naturalizada como válida por un campo. Hoy, en Argentina, ese mecanismo está roto: el político habla, pero nadie escucha. Las conferencias de prensa tienen más de performance que de conducción.

Como decía Gramsci: “La crisis consiste precisamente en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no puede nacer”. Esta interregno produce monstruos comunicacionales: influencers con discursos de odio, economistas mediáticos que ocupan el lugar de los dirigentes. El campo político ya no está delimitado por la institucionalidad, sino por la visibilidad.

Bourdieu advertía que los campos están siempre en disputa entre ortodoxos y heterodoxos. Pero cuando la disputa se traslada al plano del espectáculo, la lucha por el capital simbólico se convierte en entretenimiento, y el ejercicio del poder se banaliza.

2. Campo económico y reproducción desigual

En su obra La Distinction (1979), Bourdieu muestra cómo las diferencias económicas se legitiman a través del gusto, el consumo y la cultura. En Argentina, esta reproducción desigual adopta formas crudas y persistentes. Hay un campo económico concentrado que domina el acceso al capital —económico, sí, pero también simbólico—, mientras amplios sectores se debaten entre la precariedad y la informalidad.

La teoría de los campos permite ver que lo económico no es solo dinero: es también la capacidad de convertir ese dinero en poder legítimo dentro de otros campos. Un empresario puede pasar al campo político, al judicial o al mediático sin perder eficacia. En cambio, un docente, un trabajador de la economía popular o un artista autogestivo no consigue transformar su capital cultural en legitimidad pública.

En términos de Mariana Mazzucato, el problema argentino no es solo de redistribución, sino de valoración. No se reconoce socialmente qué produce valor, y quién. Se premia la especulación, no la invención. Y eso destruye los lazos de confianza entre campo económico y campo político. Como resultado, el Estado aparece como un espectador impotente ante las reglas que no fija.

Si el habitus —esa estructura internalizada que define prácticas y percepciones— sigue respondiendo a un país de clases medias que ya no existe, los desajustes son inevitables. Hay trabajadores que ya no creen en la movilidad social, jóvenes que no se reconocen en la democracia, y funcionarios que gestionan en piloto automático. La estructura sigue en pie, pero el juego ya no se juega igual.

3. Campo comunicacional y hegemonía disgregada

La hegemonía, decía Gramsci, se construye en la articulación entre coerción y consenso. Y ese consenso hoy circula por el campo mediático. Pero ese campo también ha cambiado. Ya no son solo los grandes medios los que marcan agenda, sino una constelación de plataformas digitales, algoritmos, nichos identitarios y guerras culturales. Bourdieu advertía que el campo mediático podía distorsionar la lógica de otros campos. Hoy, esa distorsión es estructural. El periodismo político funciona como reality show, las redes sociales reemplazan al espacio público deliberativo, y los discursos que antes eran periféricos —misóginos, conspiranoicos, negacionistas— se vuelven centrales por su capacidad de viralización.

Laclau escribió sobre el populismo como lógica de la construcción política. Esa lógica hoy es aplicada por actores que no disputan hegemonía para construir pueblo, sino para capitalizar frustraciones. Se trata de una hegemonía invertida, donde el consenso no busca unidad, sino polarización. Lo que se construye no es una identidad colectiva, sino un enemigo común. La teoría de los campos permite leer esto con claridad: lo que antes se jugaba en el campo político ahora se juega en el campo mediático, pero con reglas distintas. Y si los actores políticos no comprenden esas reglas, quedan fuera del juego.

Cierre: repensar el Estado desde el campo académico y territorial

Si el Estado no logra regular los campos, tampoco logra construir legitimidad. En ese punto, es clave recuperar el campo académico y el campo territorial como espacios de elaboración alternativa. El primero, porque todavía conserva capital simbólico, capacidad crítica y herramientas conceptuales. El segundo, porque es donde se anclan las prácticas concretas, las resistencias reales, los vínculos no mediáticos.

Bourdieu entendía que los campos eran históricos, cambiantes, pero también reproductivos. Si no se disputan desde adentro, tienden a cristalizarse. Por eso la política necesita volver a construir capital simbólico desde abajo, con nuevos lenguajes, nuevos liderazgos, y nuevas formas de leer el presente. Sin épica vacía, pero tampoco sin horizonte.

En Argentina, eso implica abandonar el binarismo inerte entre Estado ausente y Estado paternalista. Se trata, más bien, de pensar un Estado relacional, que articule campos sin pretender colonizarlos, que reconozca la autonomía sin abdicar del sentido. Foucault recordaba que “el poder no se posee, se ejerce”. Y Bourdieu completaría: el poder se ejerce en campos, y los campos se construyen. No basta con denunciar la decadencia: hay que rearmar el mapa.